domingo, 18 de noviembre de 2012

... Curiosidades: Eran celos, admítelo.

    Esa mañana el sol nos pegaba directamente en la cara, no recuerdo qué día de la semana era, pero las clases ya habían acabado y estábamos sentados en las gradas de la cancha de fútbol. Vestíamos el uniforme escolar característico para el último año: camisa beige, tú pantalón azul marino y yo la falda del mismo color. Se acercaba la hora del almuerzo y yo esperaba a que mi papá pasara por mí. Yo estaba sentada un poco más arriba y tú en el escalón siguiente. Tu espalda me daba la cara, aunque ya acontecidas veces me habías hecho saber lo importante que era yo para ti. 
    El silencio nos envolvía, ya no recuerdo qué hacía allí a solas contigo -siempre le huía a esa situación-, y la verdad es que tú parecías tranquilo, el simple hecho de tenerme cerca, aunque no habláramos, parecía que te mantenía en paz, para ti era suficiente, y yo tan indiferente.
    En ese momento mantenía una conversación por mensajes con un viejo amigo de la primaria, tú estabas enterado, no había por qué mentirte al respecto, ese muchacho con el que mantenía una conversación tan informal por celular, no era más que eso: un viejo amigo. Aún así, tú siempre habías estado renuente al papel que él jugaba en mi vida, de vez en cuando y como quien no quiere la cosa, tú emitías comentarios e indirectas en su contra, y yo tranquila, pacífica, tan sólo reía, para mí no había forma de que esa sencilla amistad causara celos en ti, puesto que a aquel muchacho no lo veía desde el 3er grado.
    La mañana transcurría en silencio, y recuerdo que en un momento decidiste sentarte a mi lado y empezar a leer mis mensajes, pensé: "No hay problema, no tengo nada que ocultar". Quizá mi indiferencia para contigo y para con él fue el problema, y es que no entiendo por qué, pero en ese momento mi amigo decidió jugarme una broma: "Yo siempre te voy a esperar", dijo, "para que lo tengas presente". Aunque el mensaje me desconcertó, tu actitud lo hizo aún más, recuerdo cómo cambió tu cara, pasó de estar tranquila por mi compañía a colapsarse de rabia ante lo leído. Me sentí abrumada, no podía creer que te hubieses molestado por eso, pero debes admitirlo, tú debes aceptarlo ahora mismo: tú no estabas molesto, tú estabas celoso. Eran celos. Recuerdo que decías que no eran celos, que en lo absoluto él te causaba esa emoción, pero ahora yo lo entiendo todo: lo tuyo esa mañana, fue un ataque de celos.
    Creo que fue la primera vez que me ignoraste, creo que fue la primera vez que callaste ante mí, creo que fue esa vez la primera en que yo tuve que irme a casa confundida, quizá con unas disculpas atragantadas en la garganta, pero no lo sentía así, no sentía que debía pedir perdón, no así, no por algo tan pueril.
    Recuerdo haber quedado en silencio y lentamente ponerme de pie para irme lejos de ti, estaba dividida entre tus celos y mi irrevocable idea de que no tenían fundamento. Mientras caminaba, otro mensaje llegó a mi celular: "Veo que no has respondido. Si mi mensaje te incomodó, disculpa, todo era un juego...". Casi me volteo y te grito desde donde estaba: "¿Ves, idiota? ¡Todo era un juego!", pero no lo hice y gracias a Dios fue así.

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