martes, 25 de junio de 2013

Mi querido y odiado nómada.

   

   Hoy me desperté a las diez de la mañana cuando Titanium (mi alarma del celular) estalló a mi costado derecho. Lo primero que hice fue abrir mis ojos y ver si mi hermana ya se había ido al trabajo, cuando certifiqué que ella ya no estaba en su cama, apagué la alarma y me di cinco minutos más antes de empezar mi día. Ya de por sí era tarde, en eso estaba clara, pero anoche me había quedado prendada de varios programas televisivos: primero me había quedado viendo Harry Potter y el Misterio del Príncipe por tercera vez (aunque no pude acabarla porque me tomé una siesta de veinte minutos) y luego pasé la noche cenando y viendo programas de Nat Geo. En mi casa a los lunes los llamamos lunes de Nat Geo. En fin, terminé por levantarme de la cama a las 11:52 am, lo recuerdo con exactitud, y en mi celular tenía un whatsapp, de inmediato se me vino a la cabeza que podría ser él, aunque llevo ya algunos meses después de que comenzó el año que no sé nada de él, así que la del mensaje resultó ser una compañera de clases de Derecho, diciéndome que la Vereda estaba cerrada y esto y aquello. A mí no me importó, ahora me las doy  de nocturna: duermo toda la mañana y estudio en las noches.
   Mi día empezó entonces, puse ambos pies en el piso y deshice una montaña de ropa limpia que me había puesto mi tía sobre el espaldar de la silla de la computadora, de allí me puse mi vestido casero y fui al baño a lavarme la cara. Demasiado tarde, demasiado hinchada. Estoy segura de que si él me viera recién despierta seguiría fascinado por mí, pero ya no tan ilusionado, porque aunque soy joven y mi papá dice que hermosa, a veces una no está en su mejor momento y los hombres de nuestras vidas deben querernos como sea.
   Por alguna razón recordé en ese momento, mientras tendía mi cama, que aquel hombre había sido muy idiota en general, ya que una de las últimas cosas que me había dicho fue: “Ya no me quieres”, y yo cien por ciento convencida de que lo quería mucho, pero también cientouno por ciento de que estaba herida y necesitaba venganza: “Tú no me quieres a mí, y por lo tanto yo ya no sé qué siento hacia ti”, y él se tardaba en responder, como que ya no sabía por dónde entrarme, porque ahora yo estaba armada de pies a cabeza con un escudo de indiferencia. “Mi amor, yo te adoro, nunca he sentido por nadie lo que siento por ti. Dejaré que lo pienses un rato y luego me escribes cuando estés lista”, me envió, luego de algunos minutos. Y yo me tardé el doble, hasta el triple para decirle: “Está bien”, y allí él continuó insistiendo en que yo no lo quería, pero el caso es que sí lo quiero; y siguió diciendo que yo era suya, y el caso es que yo lo había sido, pero ya no tanto; y él se lamentaba de extrañarme, de querer verme, de no poder besarme, y el caso es que sigo viviendo en el mismo lugar, y estudio en la misma ciudad, y retorno los viernes y salgo a los mismos lugares, y en Facebook me puede encontrar y mi Twitter hasta lo puede stalkear, pero no, él continúa igual, yendo de aquí para allá, nómada de profesión, nómada de sentimientos, sin hogar, sin lugar fijo, creo que aún no se halla, no se encuentra, no ve su vida tal como es, creo que aún sigue creyéndose muy joven y travieso, pero qué va.
   Terminé de tender mi cama y los pensamientos corrieron en tropel fuera de mi cabeza. Cansada, irónicamente, de pensar en todo aquello, caí sentada sobre la cama de mi hermana y sentí vibrar mi celular. Pensé que de seguro se trataba del grupo de la Universidad, o de mi amigo José, o quizás, quién quita, mi amigo el poeta con otro poema sobre la distancia que nos separa, pero no, esta vez me había equivocado, era él, el nómada. Ese hombre nunca me había escrito antes (en el año y medio que llevamos jugando a gustarnos) a la hora del almuerzo. De repente le atribuí la culpa a los pensamientos que hace apenas unos segundos habían salido de la habitación y que quizás habían ido en busca de él para hacerle ver que de vez en cuando aún lo recordaba y que no había pensado en lo que él me había dicho, pues no suelo creer en su palabra… 
   Mi sorpresa fue aún más grande cuando vi que su mensaje comenzaba con un: “Buen provecho, amor” y luego me ofrecía de postre (aunque yo aún no había ni desayunado) un: “¿pensaste en lo que te dije?”.
   Parece que mi nómada ya creció, y tiene memoria, y me sigue llamando amor

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