miércoles, 12 de junio de 2013

Te invito, sin compromisos.

    Hoy que no es tan temprano ni tan tarde, que quiero decirte tantas cosas, que te recuerdo no por accidente, sino por cumplir con la rutina, hoy que aún dueles, que me enloquece mi tremenda necesidad de dejarte atrás y me hago a la idea de que escribirte es la única salida, la más fácil, la menos dolorosa, la que se me da mejor y la más efectiva, ¿entiendes?, hoy que parece que todo conspira en tu contra, es perfecto para decirte estas mil cosas que en el pasado constituyeron un silencio cobarde de mi parte.
    Echo de menos tu música, verte tocar tu instrumento, creer que, de alguna forma u otra, tocabas para mí. Echo de menos aquella firme creencia mía de que jamás alguien como tú podría fijarse en alguien como yo, pues, en ese entonces, asuntos como mi edad y la tuya, o tu ocupación y la mía, eran claros obstáculos, o mejor dicho, claros límites que se suponía no debíamos propasar. El problema es que decidimos ser un par de rebeldes sin causa, y poco a poco fuimos creando una especie de relación informal, donde la atracción jugaba un papel principal y la lógica, esa cosita insignificante, era cruelmente ignorada por aquel remolino extraño que de a poco se formaba en mi interior.
    En aquel entonces, me hubiera encantado poder contarte de mis carreras, de mi pasión por la escritura y mi mala costumbre de no acabar con lo empezado; ya sabes, hacerte partícipe de lo que me gusta y lo que no, de mis amigos, de mis labios que eran intocables, de mi dificultad para enamorarme y mi profunda sensibilidad, aunque a ella sólo la pude conocer de verdad luego de vivir esa corta historia de amor contigo. Sí, porque lo de nosotros fue algo así, algo… que no he logrado definir. La verdad, nunca he hablado de ti en voz alta, eres esa parte oscura de mi vida que prefiero guardar sólo para mí, y sacarla a relucir cuando lo aprendido se me olvide o quiera escuchar buena música.
    Lo cierto es que tú nunca me llegaste a conocer tal cual como soy, y creo que eso es lo que más me molesta. Has de hablarle a tus amigos músicos de mí, me los imagino a los cinco riendo a carcajadas, fajados, con dolor de abdomen y todo, y está bien, ¡ok!, me da igual. La verdad, es que ellos no me conocen y tú tampoco, no sabes nada de mí, y eso me produce toneladas de fastidio, porque una vez creí en ti, en lo que decías, en tus promesas (por cierto, enfermas haciendo promesas), en tus cuentos de patán, de seductor, y tuve que venir, a mis cortos diecisiete años, a tragarme todo aquel altar que había montado en honor a lo que se suponía que eras. Resultaste no ser ni la mitad de aquello, y quiero decirte que está bien, con todo y eso de que soy dura como roca, impenetrable y reservada, déjame decirte que con todo y eso: aún te quiero, y te querré. Te querré siempre porque fuiste mi primer beso (a los dieciocho años, no me da pena decirlo). Te querré por siempre porque jamás sabré qué pasaba por tu cabeza. Te querré por siempre porque me brindaste algo totalmente distinto de lo que estaba acostumbrada; ¿que fue una basura, que fue un engaño?, sí, es cierto, pero aprendí tanto contigo. Aprendí sufriendo. Llorando aprendí que soy una idiota cuando me enamoro, que me vuelvo loca, que soy muy inmadura al respecto, que doy asquito haciéndome la interesante, de hecho creo que no lo soy, que nunca lo fui para ti… de hecho no lo creo, estoy segura. Estoy segura de que no te carcome la incertidumbre y mucho menos, repito, mucho menos, la culpa.
    La verdad, quería hacer de este loco atrevimiento, más que una carta de amor, una invitación sin compromisos a que me brindes un café, o me saques a comer, para que hablemos de todo lo que nos pasó, que fue poco, pero significó mucho para mí. Te invito, sin compromisos, a olvidar quiénes somos cuando nos deseamos tanto que quema, para así poder conversar pacíficamente del pasado, de cómo carrizo te decidiste a buscarme, de cuántas veces me piensas al día (si es que lo haces), ya sabes, sentarnos a conversar de nada, y sobre todo. Creo que ya es tiempo de darnos una tregua, un receso de tanta revisadera de whatsapp y de tanta recordadera inservible. Es tiempo, mi querido patán, de conversar un poco y decirnos adiós, otra vez. Por mi parte, creo que esta vez sí valdrá la pena mi resolución de olvidarte.
    Te invito, mi querido patán, un refresco. Así como te gusta a ti: sin compromisos.

Nada como romper con esas benditas barreras sociales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario