lunes, 24 de junio de 2013

Otro escrito para ti.

    Los primeros seis meses del año siempre me recuerdan a ti, por ello siempre espero que junio muera lentamente sobre la palma de mis manos, para luego permitir que el viento se lo lleve lejos de mí, lejos de mi corazón de hierro, ese que ahora teme antes de tiempo y desconfía de todo y de todos, ese órgano marchito y corrompido, lastimado y en recuperación indefinida. 
    El año pasado me pasaron muchas cosas, pero lo más grande que me pasó fuiste tú, fue nuestra historia, fue el amor que me hiciste sentir, ese que exploró laberintos desconocidos en mi interior y circundó las líneas de mi cuerpo adolescente, mientras yo aún buscaba mi identidad, mientras yo aún era inocente, mientras en la nada flotaban sueños e ilusiones y tus manos llegaban a destruirlo todo para crear nuevas expectativas: las expectativas de ser amada por ti, de besarte, de ser tu novia, de vivir felices por siempre. Mira nada más qué infantil, qué risueña, qué contenida era mi idea de la felicidad, mi concepto de plenitud, porque todo ello eras tú: el hombre más diminuto sobre la faz de la tierra, el gigante armado de mentiras y encantos, el villano del cuento de hadas, el cuentista, el novelista, el mago con sus crueles trucos de magia bajo las pestañas, el mismo hombre que creó y destruyó, que armó y desarmó el rompecabezas de mi corazón, primero por error y luego por diversión.

Que real es escribirte.
Siempre que me siento a hacerlo,
 fluyen mil formas distintas de contar lo que nos pasó.

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