martes, 23 de agosto de 2016

Femme fatale.


   Volví a ver a Manuel, sí, justo después de cuatro años de aquel romance enloquecido y sin sentido que nos unió. Manuel, el hombre que siempre sintió más de lo que pudo expresar, estaba sentado frente a su público en un local nocturno de mi ciudad, llevaba puesto su chaleco negro y un sombrero, la pajuela en su mano derecha y su guitarra recostada sobre el muslo de su pierna izquierda. Pude distinguir a través de sus lentes de montura negra, que sus ojitos estaban tan despiertos como siempre, y junto a él, algo que no podía faltar: su buena vibra azul fosforecente vertido en un vaso de plástico corriente.
   Manuel cantaba una canción de nuestro cantante favorito cuando llegué con mi vestido negro escotado y mi cabello recogido. La verdad, llevaba semanas planeando encontrármelo en ese sitio y recuerdo haber pensado en ese momento que haber entrado al local mientras él cantaba El Aprendiz, no era sino una maravillosa casualidad del destino. De inmediato, pude distinguir que él seguía siendo tan carismático y ocurrente como lo recordaba, pues animaba al público solo con dejar escapar una sonrisa de esos labios tan llenos de palabras que una vez me besaron en medio de la calle.
   Yo me senté al fondo del local, desde donde podía verlo sin problemas y a la vez escondérmele un poco a su mirada, aunque esa no era para nada mi intención, pues si bien recordaba que había sufrido mucho a causa de él, quería poder verlo desde una buena perspectiva, tan solo para recordar y revivir brevemente ese tiempo de entrega infinita y desinteresada, tan lleno de él.
   De Manuel había estado enamorada a los diecisiete años, recuerdo que apenas acababa la escuela y era tan inocente como se podía ser, sin embargo, siempre me ha caracterizado este asqueroso realismo que tanto me ha prevenido de ciertas situaciones y personas a lo largo de mi corta vida, así que aunque me causaba un placer indescriptible oír de ese hombre cómo susurraba en mi oído todo lo que yo quería escuchar, había una parte de mí que no se creía toda esa porquería de príncipe azul. 
   Sus manos, como pude divisar en mi distancia, seguían siendo tan intranquilas como en aquella época, aunque estoy orgullosa de poder decir que pude controlarlas a pesar de mi inexperiencia de aquellos inocentes años en los que aún no entendía que las acciones de una persona enamorada, dicen más que las palabras. Sin embargo, Manuel solo resultó ser uno de esos hombres habladores sin buenas intenciones, de esos que cambiaban de mujeres como de tragos y la verdad no buscaban nada serio, por lo que yo, aunque adolescente e inexperta, pero siempre inteligente, resolví olvidarle, y vaya que me dolió hacer eso. Recuerdo que pensaba en que lo odiaría por siempre, porque de alguna manera él me había roto el corazón, pero ahora que lo veía de nuevo, no podía sino sentir cierto cariño extraño hacia él, o hacia su recuerdo, porque aunque Manuel siempre sería para mí un hombre malo, lo que yo había sentido por él no tenía explicación, pues fue tan, tan fuerte, que me cambió desde las entrañas hacia afuera y me hizo quizás gran parte de lo que hoy soy cuando busco el amor. Manuel me había transformado, es cierto, y aunque sentía quererlo, también necesitaba ajustar algunas cuentas del pasado...
   Cuando él terminó de tocar su tercera canción sin pausa, se detuvo para tomar su trago tranquilamente y hablar con sus amigos un rato. En ese momento, supe que era mi turno:
— Siempre tocando la mejor música— le dije, parándome frente a él. Sus ojos me inspeccionaron rápidamente y una sonrisa iluminó su expresión.
— ¡Mi Alana!— reconoció, poniéndose de pie para darme un abrazo, yo dejé mi labial marcado en su mejilla—. ¿Cómo estás, mi amor? Además de bella.
— Estoy bien,  ¿y tú?— le pregunté, colocando mi mano sobre su hombro para acariciarlo disimuladamente. Admito que eso lo había aprendido de él.
— Ahora mejor— yo sonreí con ironía oyendo eso. Él seguía usando las mismas frases de siempre—. ¿Con quién viniste?
— Con unas amigas.
— ¿Qué estás tomando?
— Hoy no estoy tomando.
— ¿Y qué harás más tarde, amor?
— Escucharte cantar— dije, jugando con mi cabello, e inclinándome un poco más hacia él.    Sus ojos hambrientos iban de mi cuello a mis hombros y bajaban por mi clavícula, para caer directamente en mi pecho.
— ¿Quieres hacer algo cuando termine acá?— me preguntó, acariciando mi mano.
   Yo volví a sonreír, consciente de que en ese momento era quizás medianoche, así que su presentación fácilmente podía extenderse hasta las dos o tres de la mañana.
— Sí—  le dije, acercándome un poco más a él, quien ahora había colocado una de sus manos sobre mi cintura.
— ¿Qué te provoca?— continuó. Yo capturé su mirada, ahora colocando mi mano sobre su mejilla.
— Ir a mi casa a dormir, mi amor— solté, y entonces sentí su mano caer desde mi cintura hasta el piso.
— Qué aburrida— me dijo, intentando bromear un poco.
— No soy aburrida, solo no me divierto con cualquiera.
   Entonces, volví a soltar frente a él otra sonrisita irónica y suspicaz, mientras me daba media vuelta para regresar hasta donde se encontraban mis amigas, pensando en que todo lo que acababa de hacer y decir sonaba a mierda de telenovela de baja calidad o a femme fatale mal improvisada, pero que ni por más tonta o ajena a mí que pudiera estarme sintiendo en ese momento, nada superaría el placer de ver el rostro de ese hombre palidecer ante mí. 
   'Es cierto que no eres la mujer de hace unos segundos', pensé, '...pero a veces es necesario ser esa clase de mujer fatal', a fin de cuentas, en ese instante experimentaba el más dulce y absoluto éxtasis por sentirme ahora yo, después de tantos años, la persona que tomaba las decisiones dentro de esa extinta relación tan tóxica que alguna vez nos había encontrado, y que por siempre nos acompañaría en los recuerdos más agridulces de nuestra memoria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario