Había empezado la semana con un
pésimo humor, ese lunes debía dejar el tribunal al día para entregárselo a mi
jefe al día siguiente, luego de haber suplido su ausencia durante casi un mes
completo. Había estado llevando durante todo ese tiempo uno de los tribunales
mejor administrados de toda la circunscripción judicial de mi estado, y ustedes
dirán: ¿solo un mes? Como si eso fuera poco, pero un mes parece una eternidad
estando sentada en esa silla, donde todo, absolutamente todo lo que pase a tu
alrededor, termina siendo de un modo u otro tu responsabilidad...
... en fin, ese lunes,
más que nunca, me sentía la abogada agresiva y terrible que a veces soy sin
darme cuenta, y solo me percaté de ello cuando alcé mi voz para mandar a la
mierda -con la elegancia del cargo que detentaba- a varios abogados tacaños y
mal informados.
Mi mal humor se debía a
que había pasado uno de los peores fines de semana de mi vida, a pesar de que
había estado en casa con mis padres y hermanas (lo cual no es normal en mí).
Sin embargo, intenté olvidarme del olvido que experimentaba en ese momento,
concentrándome en el trabajo y en dejar en mi jefe la mejor impresión posible,
pues yo no tenía siquiera un año de haber llegado al Poder Judicial, cuando ya
me habían nombrado como la mejor candidata para suplencias de Secretaría, así que
imagínense ustedes esa mezcla de agradecimiento, terror y dudas que me embargó
cuando me enteré de que cumpliría con dicho cargo no por dos ni por tres días
(como otras veces me había tocado), sino que por un mes entero... ahora, nunca
he sido de las que dice 'no' ante un reto laboral, así que terminé por asumir
este con el mayor optimismo posible y sin siquiera pensar que cumplir con esas
funciones me haría una persona más fría y menos paciente durante el breve lapso
de tiempo en que estuve desempeñándolas.
'Nunca digas que no',
mi eterno mantra, y, por lo que me enteré después, la razón de que me ganara la
confianza de mi jefe.
— Buenas tardes,
doctora— me saludó un abogado de unos treinta y tantos con un expediente en una
mano y una diligencia en la otra.
— Dígame— le dije
sin apartar la mirada de la computadora, mi mal humor ahora se había mezclado
con el hecho de que eran casi las dos de la tarde y aún no salía a comer.
Mala combinación.
— Buenas tardes—
repitió el hombre con firmeza, y entonces giré para mirarlo a los ojos.
— Dígame, doctor—
articulé, sin intenciones de ser amable.
— Cuando doy las
buenas tardes, espero que me respondan de igual manera— me dijo con seriedad,
casi sentí que estábamos en medio de una competencia, intentando
descifrar quién lucía más molesto en ese momento.
— Estoy segura de
que quiere entregar rápido su diligencia para poder retirarse— aventuré,
extendiendo mi mano para quitarle el expediente, sin embargo, él no me dejó,
así que volví a mirarlo—: y ya que habla de esperar, normalmente yo no espero
abogados tan preocupados por las normas de cortesía.
— Dudo que sea ese
el caso— refutó.
— ¿Por qué lo dice?
— Considerando que
es una muchacha muy bonita, aunque... con cara de pocos amigos.
— No he ido a
almorzar, debe ser eso— dije con rapidez—. ¿Me muestra su Inpre?
— Claro— me dijo,
sacándolo de su billetera y entregándome su diligencia con el expediente.
Yo guardé silencio
mientras revisaba que efectivamente se tratara de él, lo cual pude certificar
sin problemas.
— Listo, hasta
luego— concluí, centrando de nuevo mi atención en el auto que
redactaba en mi computadora.
Él se
quedó quizás cinco segundos allí parado sin saber qué decir y, finalmente, vio
mi nombre en un pequeño aviso que había colocado sobre mi escritorio para que
dejaran de preguntarme, cuando apenas tomé el cargo, quién era yo y qué había
pasado con mi jefe.
— Alana— me llamó,
aún luciendo serio—, te invitaría a almorzar, pero probablemente
tenga que hacer más que eso para que me aceptes la invitación.
No
pude evitar sonreír, pero no porque su discurso hubiera removido alguna
sensibilidad en mí, sino porque ese hombre estaba en lo correcto.
— Intente evitar los
lunes, doctor— le recomendé, y él sonrió también, dándose media vuelta para
retirarse por fin.
Yo
seguí en lo mío, pensando con cierta diversión y malicia en que de seguro ese
abogado regresaría mañana o el día después, y se encontraría con mi jefe,
quien, se los aseguro, no le aceptaría ese almuerzo ni aunque se
tratara de un viernes y en uno de los mejores restaurantes de la ciudad.
Me encanto...deberías mostrárselo a nuestro jefe
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