miércoles, 17 de agosto de 2016

La 'primera cita' más breve de la historia.

  

   Hoy, al salir del trabajo, fui a tomarme un trago con un amigo de una amiga, un muchacho al que había conocido por casualidad en una noche de esas de ir a bailar.
— Dile que salga conmigo— le decía el muchacho a mi amiga—, una salida y ya— insistía, e insistió tanto que mi amiga se vio obligada a implorarme que aceptara la invitación para quitárselo de encima.
— No quiero, pero dale— le dije a ella por whatsapp, y al día siguiente ya tenía qué hacer luego del trabajo.
    Como es miércoles, la calle se sentía tranquila y el trabajo no había estado tan pesado.
— Planeé todo rápido— me dijo él, cuando pasó por mí al trabajo—, no quería que tuvieras tiempo de arrepentirte— y rió. Yo con él.
— Intento cumplir con mi palabra siempre— dije, poniéndome el cinturón de seguridad.
— Eso es bueno, ¿no? Eres abogada, 
— Así es— acepté, girándome para verlo—: ¿y a dónde vamos?
— ¿Quieres ir a algún lugar en específico?
— Esperaba que tú tuvieras algo en mente.
— Pensé en varios sitios, pero siempre es bueno preguntarle a la otra persona, ¿no lo crees?
— Prefiero que no me pregunten, nunca sé qué decir— y esa fue tan solo una de las tantas cucharadas de brutal sinceridad de ese encuentro casual.
— La próxima vez no preguntaré— dijo, riendo con cierto nerviosismo.
— ¿La próxima vez?
— Soy un hombre optimista.
   Yo reí.
— Está bien, vamos ya— dije.
   Él puso el auto en marcha y encendió la estéreo, sonaba una canción en inglés muy de moda y él aumentó el volumen un poco. Supongo que le gustaba o simplemente quería evitar el silencio incomodo de las primeras citas (cuánto odio esa expresión tan cursi). Recuerdo que pensé en ese momento en que eso de subirle volumen a una canción que te gusta es algo casi inconsciente y a mí, particularmente, me recuerda a mi papá, porque he grabado para él tanta música en prendrives y cds a lo largo de mi vida, que cada vez que vamos a reproducirlos me siento presionada, pero sé que su señal de aprobación es aumentar el volumen sin decir nada y eso siempre es más que suficiente para mi ansiedad.
   Llegamos a un sitio que, como dije, estaba muy cerca de mi casa, nos bajamos y él abrió la puerta del local para mí. 
— Mesa para dos— le dijo a un mesero.
   Nos llevaron a una mesa junto a la pared, la luz era espesa, yo me senté y él se sentó frente a mí.
— ¿Qué te provoca?— me preguntó.
— Quiero un mojito.
— ¿No quieres ver la lista de cócteles antes?— me recomendó. Yo miré la lista que él me decía reposando sobre la mesa y la verdad no me interesó en absoluto.
— Ya que estamos en esto de conocernos, deberías saber que siempre quiero un buen mojito, y aquí preparan los mejores.
— ¿Habías venido antes?
— Un par de veces— acepté—. ¿Tú qué pedirás?
— Creo que me convenciste. Voy a pedir un mojito, quiero saber si es cierto eso de que aquí se toman los mejores.
— Ya vas a ver.
   Entonces él llamó al mesero y pidió los tragos.
— Ya veo por qué eres abogada...— me dijo.
— ¿Por qué? Siempre me dicen lo mismo, pero tambien creo que siempre me lo dicen por distintas razones.
— Tienes poder de convencimiento... y además eres algo intimidante, quizás— él estiró su espalda, luciendo nervioso—. No sé si es bueno decirte eso, estoy nervioso.
— No eres el único nervioso— admití—, y si te hace sentir mejor, mis amigos del colegio me tenían mucho miedo.
— ¿Por qué?
— Siempre he sido... callada, reservada, muy seria. Al menos con la gente con la que no tengo confianza, pero si me conoces bien, te das cuenta que estoy un poquito loca.
   En ese momento llegaron los mojitos y él no me quitaba los ojos de encima, no era como si estuviera mirándolo todo el tiempo para percatarme de ello, pero podía sentir el peso de su mirada sobre mí. Los hombres siempre hacen eso, creo que es algo inevitable para ellos eso de mirar por largo rato algo que llama su atención.
— Tengo curiosidad— me dijo—, ¿por qué no querías aceptar mi invitación?
— Me es sumamente difícil salir con alguien que no conozco.
— ¿Entonces nunca sales con nadie?
— Sí salgo, pero prefiero conocer antes a la persona... vía mensajes, por ejemplo.
— O sea que, ¿todo esto es muy incomodo para ti?
— La verdad, la verdad, sí...— segunda cucharada.
— ¿Y si hacemos un trato?— propuso—. Tú que debes ser buena llegando a acuerdos y todo eso...
— ¿Qué se te ocurre?
— ¿Y si terminamos con esta salida en cuanto acabemos estos mojitos, me das tu número y hablamos cuanto consideres necesario antes de que me aceptes una segunda invitación?
   Yo sonreí, divertida ante lo extraño que sonaba su plan.
— No es que haya salido con muchos hombres, pero seguro esta es la primera y última vez que me propondrán algo así.
— Si no quieres, pues nos quedamos.
— ¿Y te tengo que dar mi número?
— Claro, sino no hay trato.
— Pues... supongo que...
— Quiero que empecemos bien— me interrumpió—. No quiero que pienses que quiero irme, de hecho es todo lo contrario, tú misma eres testigo de cuánto tuve que insistir para poder verte por fin, y, ahora que nos vemos, te digo que nos vayamos... de verdad suena como una estupidez, ¿no? pero desde que te vi aquella noche, me llamaste inmediatamente la atención, ¿sabes? Y así de rápido como sucedió eso, también sucedió que me di cuenta que no eres de esas muchachas fáciles de descifrar. No sé si me explico... en realidad es imposible entender a las mujeres, pero hay mujeres que a los hombres no nos importa comprender, es decir, no nos quitan el sueño, ¿entiendes? Sin embargo, por alguna razón me sucede distinto contigo, por lo que quiero intentar conocerte a ti y hacerlo bien. Entonces, si piensas que estas citas con desconocidos son una mierda y necesitas que intercambiemos algunos mensajes antes de salir, pues perfecto, no estoy apurado.
— No me refiero a 'algunos mensajes'— admití, aún sin darme cuenta de ese extraño y prematuro sentimiento de confianza que había crecido en mí con respecto a él y su irónica sinceridad. Honestidad everywhere.
— Está bien, cuantos mensajes necesites, pero ¿me hice entender?
— Sí— dije dudosa.
— Quiero que...
— Shhh— le dije, sacando de mi cartera un bolígrafo y anotando mi número en una servilleta. Así de chapada a la antigua fui ejecutando esa simple acción. Cuando terminé, alcé la vista para verlo y decir—: Una vez un amigo colega estaba hablándome en francés y me dijo que hay cosas que suenan más bonitas cuando no se entienden. Por alguna razón, todo eso que me dijiste me llevó a pensar en aquello. Esto es una locura, pero creo que decidiste ser un loco con la mujer adecuada. Ahora llévame a mi casa.
   Y entonces él pareció algo dudoso, pero yo me puse de pie depositando en su mano mi número.
— Voy a... voy a pagar— tartamudeó, dirigiéndose a la caja.
   En ese momento, saqué mi celular del bolsillo de mi pantalón y le escribí a mi amiga: 'No sé lo que me acaba de pasar'.

9:31 pm, 
que pases feliz noche...
C.F.
(ya cumplí)

2 comentarios: